martes, 22 de febrero de 2011

Muertes raras.


Buenos Aires, en 1988.

Una familia de apellido Montoya, que vivía en un piso trece del barrio de Caballito, se había ido de vacaciones dejando en el departamento a su pequeño perrito. Un amable vecino se encargaba de darle de comer todos los días. Sin embargo, el perro tuvo la mala idea de salir al balcón, donde perdió el equilibrio y cayó. Una mujer de 75 años, recibió el impacto perruno y murió en el acto, concentrando un grupo de gente que, como sucede en esos casos, corre hacia el lugar, entre gritos y pedidos de auxilio.

Una de esas personas fue Edith Solá de 46 años, quien cruzó la avenida sin cuidado y fue atropellada por un autobus. La mujer murió instantáneamente, pero como no hay dos sin tres (sin contar al perro, claro) un anciano, al ver el horrible espectáculo, sufrió un ataque cardíaco falleciendo camino al hospital.

Uno de los testigos entrevistados remató el hecho con una frase memorable: “parecía un atentado, había cadáveres por todos lados!“.






Allan Pinkerton (1819-1884), creador de la primera agencia de detectives del mundo. El escocés se resbaló un día, se mordió la lengua, que se infectó y le llevó a la tumba.




 
En 1941, el escritor norteamericano Sherwood Anderson se tragó un escarbadientes en una fiesta y posteriormente murió de peritonitis.



El austriaco Hans Steininger supo ser famoso por tener la barba más larga del mundo (de casi un metro y medio) y por morir a causa de ella. Un día de 1567 hubo un incendio en su ciudad y en la huida Hans se olvidó de enrollar su barba, la pisó, perdió el equilibrio, tropezó y se rompió el cuello.





En 1991, una mujer tailandesa de 57 años llamada Yooket Paen estaba caminando por su granja cuando se resbaló en bosta de vaca, se agarró de un cable y se electrocutó hasta morir. Poco después de su funeral, su hermana Yooket les estaba mostrando a unos vecinos cómo había sido el accidente cuando ella también se resbaló, se agarró del mismo cable, y murió igual que su hermana.


En 1991, los artistas Christo y Jean Claude construyeron una instalación artística ambiental de cientos de gigantescos paraguas azules y amarillos en California y Japón. Los paraguas gigantes, que medían cerca de 6 metros de alto y 9 de diámetro, se transformaron en una gran atracción turística. Menos de dos meses después de que la instalación se abriese al público, una mujer de 33 años llamada Lori Rae Keevil-Mathews viajó para ver los paraguas en California. Una desafortunada ráfaga de viento arrancó uno de los paraguas, que voló directamente hacia ella y la aplastó. Christo inmediatamente ordenó que sacasen todos los paraguas. Los paraguas, sin embargo, se cobraron otra vida, esta vez en Japón. El operador de grúas Masaki Nakamura se electrocutó cuando su máquina tocó un cable de alta tensión de 65 mil voltios mientras desmantelaban los paraguas tal como Christo lo había ordenado.








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